domingo, 4 de octubre de 2015

Divagaciones: La vida, efímera vida

Vientos, vientos por doquier. De aquí para allá van, no sé por dónde vienen, menos sé para dónde van. Y así comenzó a caminar la vida.
Un efímero instante, pensaba, sí, pensaba día tras día que era un efímero instante. No podía dejar de tener aquello presente. Un dolor, una risa, un roce, una caricia, un golpe, una caída, la vida no era suya, ni siquiera podía considerarla vida.
Comenzó a caminar por las calles, por las noches, por las solitarias calles. Esa soledad era yo, eramos juntos, eramos. Pensar, cuán importante es no estar solo, que esencial es aprovechar ese suspiro que un guión luego representará en una lápida. Extraño esas mañanas infantiles de corretear en los recreos, extraño esas tardes de leer postrado en la cama como un enfermo, aquellas noches de trasnoche, de jugar, de platicar, de disfrutar. Las cosas han cambiado, la vida evolucionó (¿o involucionó?). Inmersos en rutina. Inmersos en la rueda de la vida, que rueda y rueda, como diría Páez. Y se nos va, pasa por un costado, y se nos va. Quedamos sin saber si la vida nos persigue o si somos nosotros tratando de alcanzarla. Y se nos va.
Ahí estoy, mirando, mirándolo, mirándolos a todos correr, de un lado a otro como en el Naveta, cuántos paros cardíacos ante ellos que no perciben el ritmo de esta triste y repugnante vida. Inevitable es recordar al Señor Samsa, oh, vaya forma de no vivir, de vivir y no poder vivir. Y se nos va.
Contextos vacíos, monólogos cruzados, estrés crónico, desorganización genética.
En eso estaba mientras tomaba mi café frente a la playa, eh, bueno, playa... Ya casi no queda playa, pero veo el mar chocar contra las paredes del local, mojar las veredas, casi no nos queda arena en la orilla, y reflexiono: el tiempo nos corroe, nos quita nuestra playa, nuestra costa, el mar arrasa y los recuerdos se evaporan, los traumas se quedan, el agua entra y nos corrompe.
Me retiro, escapar sin pagar sonaba tentador, demasiado honesto para hacerlo, demasiado efímero para hacerlo. Saludé, agradecí, tomé un periódico y me fui. Esquivando bicicletas y rollers por la ciclovía. La vida necesita algo de adrenalina, creo.
Hacia el norte me trazaba camino el destino, ¿el destino? La ciclovía terminó, la carretera comienza, el viento es fuerte, hay marejada. Y solo me queda el amor. El amor enciende mi vida. El amor desborda las fuentes que alimentan mi alma. Sueño despierto, sueño en esta tormenta descontrolada. A la orilla de la costanera camino. Camino sin rumbo, sin destino fijo, camino en dirección al amor. Me devuelvo y camino hacia el sur. Persigo a quien me ama, persigo a quien amo. Un conductor insensato, descontrolado. Subió a la acera y bajó conmigo al acantilado. La vida es viento: no sabes cuándo viene y cuándo se va.

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