lunes, 22 de junio de 2015

La supuesta muerte de Raúl

Corría la noche de un modesto día otoñal. Todo el día fue como una eterna mañana hasta que el sol se despidió de todos nosotros, mortales bajo su poderío lumínico, en el horizonte de estas blancas y tristes costas. Caminaba por las calles oscuras, por los abandonados pasadizos entre callejones. Todo por no ser visto, por no ser encontrado por aquellos que querían verme desaparecer. Es difícil vivir siendo la posible víctima de tanta gente por las cosas que escribes, por lo que hablas, lo que publicas. Es difícil vivir en esta ciudad sin opinión, una ciudad sin vida, vacía y fría como el corazón de un muerto. Ya no bombea, ya no fluye, solo se reseca y desaparecer es una cuestión del amigo tiempo.
Ahí caminaba yo hasta que me crucé con uno de ellos que al parecer me había seguido la pista de mis aleatorios paseos para volver a casa. Ningún camino era igual al otro, pero ese día, sin quererlo, repetí el de unos días atrás. Movido porqué, ni idea, solo volvía a desenvolver mis pasos, el desliz de mis suelas por aquellas veredas. Y enfrente mío estaba él, tan frío e impactado como yo. Su arma temblaba en su mano como mis tripas lo hacían de temor al verme enfrentado de manera tan desagradable a esta situación, tan atípica, tan utópica y tan dolorosa.
Todo esto comienza con la publicación de un artículo casual en esas revistas que atentan con sus líneas al pensamiento colectivo, donde criticaba abiertamente la libertad, más bien libertinaje con la cual los gobernantes de la ciudad estaban decidiendo por nosotros y que toda la gente embobada apremiaba y aceptaba sin hacer ni un solo ápice de duda al respecto, riendo y aplaudiendo como si fueran los mejores gobernantes que esta tierra haya podido disfrutar, al más puro estilo feudal de la antigua Europa. ¿Mi error? Analfabetizar a la población por su ingenua aprobación. A nadie le gusta que le digan que está equivocado y menos de forma despectivamente irónica. Me odiaron. Me odié. Tampoco me gustaría que me lo hicieran a mí y luego recordé ese consejo de antaño de algún viejo colega, ese que dice que jamás debieses escribir con rabia y omitir todo tipo de edición para "suavizar" de alguna forma tus palabras. Pero ya estaba hecho y me arriesgué, gané. Pero a la vez perdí. Sí, perdí.
Ahora estoy frente a este sujeto, observo su vestimenta. Su chaqueta y su gorra demuestran su alta afiliación a este deplorable gobierno esclavizador. Era mi fin y no lo podía creer, ni siquiera cuando comencé mi regreso acaso podría creer que sucedería a tan solo cuadra y media de casa. Nada que hacer. Ahí estaba, luego de un hermoso y triste día, que probablemente esta segunda característica se la atribuyo a la inminente muerte que se acercaba a mí. Pero fue hermoso. Me junté con otros colegas que compartían mi lucha sin yo saberlo y que se habían afiliado a ella sin pensarlo demasiado, movidos por la lógica y la razón de los argumentos expuestos durante 5 años en más de 200 artículos, 3 libros y alguna que otra manifestación literaria (pues pensaba que había que llegar a todos). Disparó y no tardé más de 2 minutos en despedirme de mi cuerpo y dejar volar mi alma al desangrarme en aquellos contaminados suelos llenos de orina vagabunda.
Mi última indicación fue decirles a aquellos colegas que si publicaban, lo hicieran bajo mi nombre, por su seguridad y por mi trascendencia, pues pensaba que mi fin estaba cerca, no sabía que sería tan cerca.
Aquí va otra de mis publicaciones y dejaré la duda, quizá aquel que iba por los callejones repitiendo ingenua y estúpidamente mis pasos anteriores era otro que me quería imitar, quizá era uno de esos colegas con los que nadie me vio en aquel café o simplemente si era yo y quien les escribe sigue viviendo aquellos pasos inmortalizados en el disparo nervioso de otro idiota que sigue, "libremente", caminando por las calles, reconocido en secreto como el cuasi héroe de un totalitarismo con los días contados.

Firma: Raúl Esteban Seyen