jueves, 19 de febrero de 2015

Mis últimos momentos

Las calles de esta ciudad, de mi propia ciudad, cada vez me parecen más desiertas. He pasado todos los sufrimientos, he visto las más sanguinarias venganzas y las más tristes historias. Viví, sí, de veras que viví. La alegría también fue parte de todas aquellas cosas que experimenté en mi dolor, para sanar un poco la agonía de tener que lidiar con la cruenta realidad.
Caminé, corrí, gateé, volé y salté hacia la meta. Vi el nacimiento de esta ciudad y yo fui el evento más heroico, devastador y esperanzador en aquel momento. El sol se asomaba por primera vez y todo era hermoso, la copia fiel de una realidad difusa y perfecta. Al pasar el tiempo todo se comenzó a deteriorar, edificios cayeron y otros se levantaron, siempre de peor calidad, de menos belleza que esos que protagonizaron el nacimiento de este, mi ciudad.
Y en ese vaivén del deterioro, de el nacer, el renacer, el morir y las constantes extinciones, caminé por mi ciudad. Vi la vida de aquel maravilloso Sol que protagonizó cada momento. Un Sol que apareció al nacer, pero a los tres años detrás de una sombría Luna se escondió durante nueve largos años, aunque después estuvo siempre radiante desde aquel entonces.
Esta ciudad que yo llamo mía, pero que ya no lo es, tuvo tratos con otras ciudades, intercambios, como hacen los países hoy en día con sus tratados, sus convenios, sus arreglos y todo ese menjunje de cosas político-económicas. Y algunos de ellos fueron acertados por años, otros fueron los más desgraciados desaciertos que se pudieron hacer, pero todo sirvió para ir derribando y reconstruyendo mi ciudad, en un notable declive.
Y así, mi ciudad partió de ser un simple parque de juegos, a toda una ciudad empresarial, con el comercio, el trueque con otras ciudades, ese eterno "yo te doy de lo que tengo, tú me das de lo que tienes y todos felices", lugares de descanso y lugares de duro trabajo.
Uff... mi ciudad. Y aquí llegó el día donde esta ciudad ha perdido su "independencia" (aunque va entrecomillas porque nunca fue enteramente independiente, siempre dependió de algo, como todo en la vida) y cae abajo enteramente para volver a aquellas glorias pasadas, a sus inicios, cuando era un lugar digno de recorrer, y aquí sigo caminando, ahora sin tratados ni intercambios, ya no son necesarios, porque al final uno siempre acaba caminando solo.