Otra mañana de día laboral, martes
para ser exactos, incómodo en uno de los tantos asientos del micro,
realmente ansioso por saber que será de mí en este nuevo día, los
riesgos que correré, los errores que cometeré y todo lo que diré
como lo que me guardaré. Mientras viajaba viendo el paisaje urbano
llega el momento de bajar de un transporte para entrar en otro, el
metro. El sueño corría por mis venas y se reflejaba en mis
entrecerrados ojos de madrugada, con un celeste claro y brillante,
profundo. Me subí al último vagón del metro, como de costumbre, no
sé si será superstición, o buscaré la muerte esperando a que otro
metro choque la parte trasera de este metro o simplemente tengo la
ingenuidad de creer que estará menos lleno por ser el último. Saqué
mis audífonos de la mochila y los conecté a mi reproductor de
música, colocar una canción al azar con el modo aleatorio activado,
presionar tres veces la tecla siguiente y desde ahí empezar a
escuchar. Extrañamente apareció una canción que no había
escuchado en mucho tiempo,
Money for nothing
de Dire Straits, en otros tiempos la consideraba una gran canción,
pero ahora no puedo más que etiquetarla de “pasable” ya que
preferiría escuchar a Mozart, Pink Floyd, Queen, Celine Dion o Ron
Kenoly. Me mezclé con esa canción mientras leía el periódico que
había comprado en la mañana en el paradero mientras esperaba el
micro. “Esteban Rivera engaña por cuarta vez consecutiva a
Stephanie Riveros”, decía la portada. Estoy demasiado cansado que
cualquiera que sea el medio en que uno se informe, al menos una o dos
noticias del mundo farandulero me encontraré. Aún así paso a la
sección de cultura, deportes y entretenimiento, así veo el
resultado de un par de partidos que me interesan, reviso alguna
crítica hacia algún concierto o nuevo álbum de estudio y empiezo a
programar mi panorama para el fin de semana, tratando de aprovecharlo
lo más posible. Cuando de repente reviso esta última sección de
interés y no deja de sorprenderme lo siguiente: “Nito Mestre y
Charlie García se reúnen en una gira por Latinoamérica, este fin
de semana estarán en la ciudad”, más abajo estaban los horarios,
el lugar, el costo y todos esos detalles de interés. Bastante
interesante podía ser ir a ver a esa mítica banda que fue Sui
Generis, por allá a fines de los 60 y a principios de los 70 como
también pensaba invitar a mi futura novia, y digo futura porque
luego de un año de relación, recién está comenzando a asechar la
idea de una futura boda. Luego de tan increíble hazaña de poder ver
a esta banda luego de 40 años desde su separación, podría escribir
un artículo para algún periódico a alguna revista de verdadera
calidad, y recalco esto de la calidad porque realmente los diarios y
revistas más actuales son solo farándula y fanatismo político,
cuando la política en este país se ha vuelto de lo peor y deja a
cualquiera con gusto a poco, queriendo algo mejor para la nación.
Últimamente la
idea de volver a escribir ha rondado por mi cabeza. En lo personal,
me gusta bastante, pero el hecho de estar trabajando en la escuela y
la universidad, que mi pareja piensa que no me conviene más ahora
que pensamos casarnos y eso involucra el gasto de mucho dinero y que
el tiempo no me permite ni escribir 15 páginas para un libro en un
solo mes, por ende escribiría un solo libro en más de 2 años, más
la edición y que todo concuerde, ni podría llegar a estimar el
tiempo que me tomaría tenerlo listo para publicar.
Fue así cuando
repentinamente surgió la idea de enseñar a escribir, enseñar
distintas estrategias que yo conozco y así podría ir construyendo
mi nuevo libro mientras enseño a mis alumnos universitarios. Bueno,
después de ingeniármelas para idear este plan de escritura, seguí
leyendo mi periódico hasta que llegué a destino. Descendí del
vagón del metro en dirección al museo, recogí unos libros y caminé
un par de cuadras hasta llegar a la universidad, ahora es cuando
aplicar mi plan.
Vi a mis alumnos y
ahí comenzó la hazaña, mi primera clase de literatura, tenía solo
dos meses disponibles para aplicar el taller, ya que el plan anual ya
había finalizado y las últimas dos clases habían estado de vagos
sin hacer nada así que mejor enseñarles algo nuevo y dejar de
darles tiempo para no hacer nada.
Pasaron los años,
fueron tres sino me equivoco, publiqué mi libro, estuvo buenísimo,
se vendió bastante, me lo tradujeron a ocho idiomas y estuve una
temporada en Londres, otra en París y una última en Tokio, haciendo
una gira por mi libro. Volví a mi ciudad, me casé y compré una
casa para los dos. Y bueno, volví a mi rutina de micros, últimos
vagones y clases en la universidad, dejando en segundo plano ese año
y medio de viajes, haciendo lo que más me gusta, enseñar.