miércoles, 6 de agosto de 2014

Una difusa realidad

Cayó la noche sobre la ciudad, caminaba rápidamente por el callejón con el miedo a que me atraparan o levantara alguna sospecha. Y con razón. Llevaba un libro oculto por dos bolsas plásticas negras. Huía de las autoridades. Me sorprendieron en plena compra de ese libro. Recordaba en mi juventud haber leído varias historias de ciencia ficción que relataban este momento. Jamás imaginé que esa realidad se convertiría en mi realidad. Ya imaginaba una bala atravesando mi boca, incrustándose en mi garganta, quitándome toda capacidad de reproducir cualquier sonido gutural. Yo sólo caminaba, pero me movía rápido, en cualquier momento me podrían interceptar. Estaba a tan sólo dos cuadras de mi destino. Llegando a la puerta que me esperaba, justo se asomaban las luces policiales por la esquina, no alcanzaron a verme y continuaron en línea recta por su camino.
Ya estaba en el calor de casa. Saqué el libro de las bolsas y lo llevé al sótano de la casa, levanté con cuidado la compuerta secreta que daba acceso a la biblioteca, con distractores para cualquier tipo de sensor electrónico y con un rocío que confundía a cualquier can. Revisé, con cautela, las múltiples categorías de mi vasta y oculta colección: acción, novelas románticas, ciencia ficción, historia, autoayuda (aún me cuestiono la presencia de esa categoría aquí), religiosos, novelas detectivescas, entre otras. Cada una ordenada por año y mes de edición. Llegué a ciencia ficción y coloqué mi nueva adquisición. Luego subí y sentí ruidos que no había sentido en años. Cerré todo rápida y sigilosamente. Subí las escaletas del sótano y lentamente me escurrí a mi habitación. Encontré allí a un perro policial y a su guía, buscando cualquier rastro de conocimiento escrito. Tenía miedo. Un frío recorrió cada poro de mi piel, no hallaba qué hacer. Tomé nuevamente mis cosas y salí sigilosamente hacia la calle, envuelto en un gran impermeable amarillo para parecer un bombero más.
Caminé y caminé muchos kilómetros hacia cualquier parte y me perdí en medio de la ciudad. Me quité el impermeable y lo lancé lejos, muy lejos. Se avecinaba un móvil de la policía y le hice seña para que me acercaran hasta mi hogar. Llegando le señalé la puerta de mi casa y con voz gruesa me preguntó, "¿eres Julio Cervantes?". Quedé helado, tuve que negar y le indiqué con mayor precisión la puerta de la casa contigua a la mía.
Bajé, caminé hacia la esquina para comprar un cigarrillo (no fumo, pero tenía que despistar al policía). Al verme caminar de vuelta, arrancó la patrulla y se fue. Entré a mi casa y estaba todo de cabeza. Todo fuera de su lugar, vasijas ancestrales hechas añicos. Pero el camino hacia mi biblioteca estaba curiosamente despejado, caminé hacia el y bajé a ver mis libros y ¡no había nada!. Todo había sido quemado. Cuando me di vuelta para huir, un sujeto desconocido me golpeó en la nuca y desperté. Nada había sido real. Me levanté, desayuné y me dirigí en mi auto hacia el diario. Una nueva columna esperaba por mí...