martes, 9 de junio de 2015

Sick

No suelo enfermarme, la verdad es que no, no me enfermo. Pero esas pocas veces en que me enfermo, me enfermo con ganas, de esas veces que te dejan en cama, con dolores estratosféricos, una fiebre muy alta y con ganas de morir (bueno, sí, quizá si tenga alguna especie de trauma frente a la irregularidad con que aparecen estas cosas por estos lados).
Estas ocasiones te hacen activar ese componente, a veces detestable, llamado nostalgia. Ya no sé qué pensar de la fidelidad que me guardan los recuerdos al leer a un Borges decir en Zékian: "Cada vez que recuerdo algo, no lo estoy recordando realmente, sino que estoy recordando la última vez que lo recordé, estoy recordando un último recuerdo. Intento no pensar en cosas pasadas porque si lo hago, sé que lo estoy haciendo sobre recuerdos, no sobre las primeras imágenes"
Quizá sea loco, ¡pero cuánta razón! Cada vez la pasada niñez y la venidera juventud se vuelve más difusa, todos tus recuerdos tienen la coartada perfecta para el momento exacto. Ridículo. Nunca fue así, pero hay que ser el héroe, entonces así nunca estuve enfermo, nunca pagué dinero extra por el café que pedí en la mañana ni me tiré en el suelo de un cubículo mientras trabajábamos en la universidad porque tenía los principios de mi venidera enfermedad.
Nunca lo hice. Soy el héroe según mis recuerdos, pero la verdad es que cada vez me esclarecen más mi sentimiento de muerte en aquellas crisis invernales de mi, ya pasado, asma. Aquellas crisis que me dejaban 5 o 10 veces peor de lo de hoy, días que no te podrías ni levantar, porque un movimiento se agitaba a tal punto que había que volver a comenzar (me sentía como aquella máquina vieja con Windows 95, ironizando, movías el ratón y ya tenías que reiniciar el sistema porque había detectado un cambio).
Pero qué más da tanta cuestión existencial cuando estás enfermo. Lo único que necesitas es que te acobijen y te cuiden, dejas de ser el héroe. Matas definitivamente ese recuerdo sobre recuerdo arrogante que gira en torno a uno mismo. Dejas de ser el personaje principal. Dejas de fingir que eres aquel Harrison Ford escapando de cada trampa oculta en esas catacumbas con el tesoro escondido, con el peinado perfecto y en el primer plano de todas las cámaras habidas y por haber.
Dejas que otro tome el protagonismo para volver a hacer aquel héroe. Entregas tu salud a quien te quiere cuidar, dar amor. Por eso uno se debe enfermar en el tiempo, para no olvidar que no eres el protagonista siempre, que no eres siempre el centro. No hay necesidad de hacer heroicos esos recuerdos sobre recuerdos. Dispararse como la pelotita del flipper al perder y empezar de nuevo.
Bueno, ¿y yo? Sigo aquí, enfermo...