viernes, 21 de septiembre de 2012

Una apremiada paciencia [Cuento]

Ahí estaba yo, sentado en la sala de espera de una gran empresa, currículum en mano y los nerviosismos a flor de punta. Mi pierna tiritaba y se movía de arriba hacia abajo, sentía que la corbata me apretaba el cuello. Pero bueno ahí estaba yo, hasta que me llamaron. En ese instante sentí una liberación total, una seguridad incomparable, ¡estaba listo!. Entré a la oficina del que probablemente sería mi futuro jefe. Tomé asiento frente a él y comencé a responder sus preguntas, darle algunos datos laborales, etcétera. Pero en un momento me preguntó: "¿Es usted casado?". Quedé perplejo, jamás espere que me hiciera esa pregunta, pero tuve que contestarle con un nervioso, pero decidido "No". Me miró, se paró, me extendió la mano y me dijo: "Gracias por su tiempo, lo esperamos el lunes en nuestras oficinas a primera hora..." y empezó a recitarme un montón de cosas que iba a necesitar ese día. Fue increíble. Sólo estuve sentado veinte minutos y ya tenía el trabajo en las manos.
Salí del lugar, llamé a una amiga, ¿amiga?, mejor amiga quise decir, y le dije, "ya tengo empleo, ven al centro y nos tomamos algo", a lo cual recibí una respuesta afirmativa. Busqué un buen lugar donde poder charlar y servirnos algo de calidad. Lo encontré y le mandé un mensaje de texto indicándole mi ubicación. Ordené mis papeles mientras la esperaba. Cuando llegó la saludé, la invité a sentarse y apenas se sentó, comenzamos a platicar. Me contó algunas cosas de su presente, así como yo le comenté algunas del mío. Así fue como, con el pasar de los minutos, llegamos al punto que nos convocaba. Le conté todo lo que ya les conté a ustedes, mi mañana y la sorpresiva contratación. Conjunto a eso, ahí sin más, tuve que confesarle mis sentimientos hacia ella. Quedó estupefacta ante tal acto dominado por el impulso. No sabía donde meterse, lo vi en su cara. Y es quizás por todos estos años de amistad que llevamos, desde primaria juntos, compartiendo nuestros problemas, consejos, soluciones, alegrías y tristezas. Pero este sentimiento era nuevo, veintitrés años de amistad, y recién hace un par de meses le tomé otro tipo de afecto, un poco más profundo. Volviendo a la situación anterior, pues creo que me fui un poco por las ramas, me miró, me tomó la mano y me contestó: "He esperado tres años a que me digas algo parecido, tres años de espera y abstinencia solo por ti. Veo que el tiempo y la paciencia dan su premio, su inesperada, pero satisfactoria respuesta.". La quedé mirando, mi mente se preguntaba: ¿Así qué al final de todo, esto es mutuo?. Continuó: "Creo que deberíamos intentarlo, a mi parecer esta relación puede funcionar" y concluyó con una sonrisa. Una hermosa y dulce sonrisa.
Tomamos nuestro café, una que otra medialuna de por medio. Unos chistes por acá, unas anécdotas por allá y llegó el momento de despedirnos. "Nos vemos el sábado en la tarde, te espero", fueron sus palabras. Y se marchó.
Llegué en la noche a casa, comí alguna cosa que tenía en el refrigerador y me acosté. El único pensamiento que llegaba a mí era: "No puedo creer que en un solo día te pueda cambiar la vida. La verdad es que, como dijo ella, la paciencia trae sus premios".
Concluyendo, la vi el sábado, la pasamos bien, entre el cine y una buena cena. Y el lunes entré a trabajar con una sonrisa que iba de oreja a oreja, y es que a veces la vida te sonríe tanto en lo económico como en lo sentimental al mismo tiempo... y tú no lo esperas.