martes, 21 de julio de 2015

Ocaso

¿Has pensado en cavar tu propia tumba alguna vez? ¿Has pensado que en la pereza se encuentra la mayor reserva de la más detestable insensatez? ¿Has pensado acaso? ¿Es una actividad neurológica ardiente detrás de lo miran tus ojos? Yo pienso y mis ojos solo ven tu ocaso, ven mi ocaso.
Y es que no puedo estar más terriblemente mal, no puedo. He cruzado las barreras, he destruido los muros, he quemado mi propia ciudad tal como Nerón lo hizo. He destruido a precio de nada, a placer de idiota, a ceguera ininteligible. Pero la culpa no era mía, la culpa no es mía, no me pertenece (o eso quiero creer). He cavado mi tumba cuando aquel día comencé a echar gasolina y explosivos en los alrededores de mi interior. Mera decoración. La gasolina sin arder huele bien y los explosivos le daban fulgor con su rojo color a aquellos oscuros rincones. Llené todo y poco a poco empecé a rozar las piedras de mi encendedor. Poco a poco.
¿Acaso lo has pensado? ¿Te has mirado de forma introspectiva para darte cuenta que con una simple pala has cavado en la tierra tu propio atardecer, que le has abierto paso al ocaso de tu vida?
Yo lo vi, lo sentí, lo comencé a construir, prendí fuego y todo comenzó a arder. Tardó tiempo en consumirse, es más, el fuego me confundió creyendo que ese vivo ardor era proveniente del Sol. Me engañe, pero me quedé a ver el espectáculo. Aquel que al terminar solo dejó cenizas desparramadas en todo el interior. Una ciudad abajo, en el suelo, infértil, inútil, pasada e indolora. Ya no había ninguna esperanza. El ocaso llegó.
¿Te has visto? ¿Esto hay dentro de ti? Es lo que hay dentro de mí, es lo que me rodea. Un detonante que me lleva a minar mi vida y otro que me llevó a explotarla, a hacerla desaparecer entre las llamas. ¿Acaso te has despreocupado? ¿Por acordarte de todos no te acordaste de ti mismo? ¿No te amaste? ¿Y por qué, entonces, dijiste amar a otros si no fuiste capaz de hacerlo contigo? Ilusiones vivimos sin darnos cuenta siquiera que estamos lejos de la Verdad, que nos hundimos más, que nos perdemos sin encontrarnos, sin dejar que nadie lo haga. ¿Está bien? Está pésimamente bien. No hay más, no queda más. Todo derribado, sin oportunidades, ni segundas, terceras, cuartas ni quintas chances. Se acabó... Espera, ¿se acabó?
Y es ahí cuando el ocaso se acaba. En el horizonte vuelve a rayar el alba, vuelve a iluminarse esa pequeña raya que comienza a engrosarse. Ya no es una línea, es un eterno rectángulo. Y luego pasa a ser un gran ventanal que se abre y te muestra todas esas ruinas, pero que aún tienes las herramientas de acero, las de hierro, las mejor forjadas en tu vida para volver a levantar todo aquello que se quemó, que se difuminó en el tiempo, porque aquello que fue bien cimentado no podía ser consumido por el fuego, porque cuando a prueba fue puesto, no se consumió.
¿Has pensado acaso? El ocaso a veces se hace eterno, pero es el momento para que el alba haga su trabajo y nos muestre que no todo está acabado, que no todo es cenizas ahogándose junto a nosotros en la oscuridad. Que aún quedan fuerzas, energías, dos manos y dos piernas para agarrar lo que permanece para permanecer un rato más en el tiempo.