jueves, 11 de diciembre de 2014

No le cuentes tus historias al papel

"No le cuentes tus historias al papel" - escuchaba aquel mediodía de la boca de ese profesor amargado que jamás consiguió que ni siquiera su propio lápiz lo tomara en cuenta. "No le cuentes tus historias al papel, ya me oíste", repetía sin cesar al leer tal escrito que salía al fundir mi alma con la hoja. Y me fui a casa así, "no le cuentes tus historias al papel".
"Estoy harto" - me decía a mi mismo sentado a los pies de mi cama. Decidí ir a dar una vuelta a la pobre librería a la vuelta de casa. Cada día más vacía, cada día más 'deslibrada'. Los impuestos, la constante inflación, la censura gubernamental, cada día más vacía, menos libros, menos historias, menos personajes, menos recuerdos, menos pasado haciéndose presente. Y ahí estaba yo, en medio de aquellos 8 pasillos, de los cuales sólo 3 mantenían uno que otro libro revoloteando por sus estanterías. "¡Sólo tres! ¿Cómo será el mundo tan inculto como para despoblar tantos estantes de lo único que mantiene vivo la historia y gran parte de la creatividad de una persona? ¿Cómo?" - me cuestiono constantemente. Pero ahí estaba. "No le cuentes tus historias al papel" - resonaban aquellas palabras en mi cabeza. Tantos autores aquí, entre estas tablas de madera que le contaron sus historias al papel y este mentecato me sugiere que no lo haga más. Desde los reinos más antiguos como China, Egipto o Israel hasta los más recientes como Reino Unido, Alemania o Francia, repletos de personas y personas que escribieron, que basaron sus historias en otras historias o, incluso, en la suya propia. Ahí estaban y quieren suprimir la cultura del libro, suprimir la historia de la humanidad, suprimir sus propias historias, sus propias vidas.
Me amargué. Volví a casa, preparé un mate, me senté a la mesa con una pequeña libreta que tengo guardada para mis escritos, y ahí empecé a fluir, empecé a moverme, a bailar sobre aquel virginal papel, a fundirme en él, y mezclarme con su inocencia, comencé a contarle mis historias, día tras día lo hice, ya no era una libreta, sino dos y tres, se llenaron, me emocioné. Tres meses de aquel eterno vals, de aquella eterna conversación con mis amigos: papel y lápiz.
Años después esas libretas llegaron a los grandes puestos de librerías en un sólo libro que nació a partir de lo que en ella había plasmado tiempo atrás, pero que finalmente terminaron siendo uno más en aquella abandonada librería vieja que había a la vuelta de mi casa, en mi casa de la niñez.
"No le cuentes tus historias al papel" - recordé.

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